jueves, 2 de mayo de 2013

Predicador Real en la Corte de Carlos II



Cardenal D. Luis M. Fernández Portocarrero
         Tras finalizar sus estudios de Teología y Filosofía en la Universidad de Alcalá, fray Diego Morcillo pasó como Lector Jubilado y Maestro de los de Número al convento de la Trinidad Calzada, sito en la calle Atocha de Madrid, donde ya había llegado la fama sobre su vasta cultura, austera discreción y aguda inteligencia; cualidades que no pasaron desapercibidas para un personaje que fue determinante en la historia política, militar y eclesiástica de España: el Cardenal Don Luis Fernández de Portocarrero, quien ejerció el principal valimiento e influencia en la Corte de Carlos II desde que en 1.677 fuera nombrado Arzobispo de Toledo y Cardenal Primado de España, quien designó a Fray Diego Morcillo su examinador sinodal, en reconocimiento a su fama de eminente teólogo y canonista, haciéndole depositario de su confianza en lo relativo a los aspirantes que debían ser admitidos a las órdenes sagradas y al ejercicio de los ministerios de párrocos, confesores y predicadores en la Archidiócesis Primada.   

         Durante el último cuarto del S. XVII el Cardenal Portocarrero ocupó un puesto preeminente  en los asuntos relativos al gobierno de Madrid, enfrentándose por ello al principal de los problemas planteados durante los últimos años del reinado de Carlos II, cual era el de su sucesión ya que el Rey, después de haber contraído matrimonios sucesivos con María Luisa de Orleans y Mariana de Neoburgo,  no había podido engendrar un heredero que continuara la dinastía de los Habsburgo españoles.



         La relevancia alcanzada en las cercanías del Cardenal Portocarrero por aquellos años abrió al Padre Maestro Morcillo las puertas de la Corte del Rey Carlos II, siendo nombrado Predicador de la Cámara Real y Teólogo de la Real Junta de la Inmaculada Concepción. 

          Durante la Monarquía de los Austrias la oratoria sagrada adquirió una importancia excepcional en orden a articular el discurso de la Monarquía católica, los sermones de los predicadores reales se constituían así en auténticas piezas de teología política.

        La Capilla Real del alcázar de Madrid constituía uno de los espacios estratégicos para la retórica sacra ya que aquellos clérigos que alcanzaban la dignidad de Predicador Real gozaban del privilegio de dirigir sus sermones desde el púlpito a una concurrencia en la que figuraban, además de la Real Persona y su familia, los Grandes de España y otros títulos así como embajadores de las coronas católicas amén de cardenales y otros prelados.  En la Capilla Real de Palacio  la expectación era máxima en aquellas festividades en que se celebraba misa cantada y sermón, dado el interés que despertaba entre los cortesanos la elocuencia del predicador, así como la agudeza de sus razonamientos y consideraciones.



          Al Capellán Mayor correspondía repartir los sermones que se habían de predicar en la Real Capilla así como elevar consultas al Rey proponiendo candidatos para ser designados predicadores reales. El puesto de capellán mayor y limosnero mayor era desempeñado por el Patriarca de las Indias Occidentales, según práctica establecida a principios del siglo XVII consolidada al comenzar el reinado de Felipe IV. 

         Durante el reinado de Carlos II, en que fray Diego Morcillo alcanzó la dignidad de Predicador Real fueron tres los prelados que destacaron en el ejercicio del puesto de Capellán Mayor: D.  Antonio Manrique de Zúñiga y Guzmán, entre 1670 y 1679, su sucesor D. Antonio de Benavides y Bazán, así como D. Pedro Portocarrero y Guzmán (primo del Cardenal D. Luis Portocarrero), capellán mayor entre 1691 y 1708. Durante la mayor parte del reinado de Carlos II, el número de predicadores reales estuvo limitado a tres por cada orden religiosa, siendo de entender que el Maestro Morcillo representó en tal alta dignidad a su religión trinitaria.

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